miércoles, 24 de enero de 2018

El Prestigio Del Abogado (Relato Legal)

Las apariencias engañan.

La divisó desde lejos y le pareció cara conocida. No supo exactamente quién, pero tuvo un mal presentimiento y volteó para alejarse rápido del tribunal civil. Demasiado tarde; con ese traje formal impecable gy ese bolso de cuero de marca, la anciana Julia Rojas lo reconoció de inmediato: el abogado Inocencio Duarte no pasaba inadvertido, aun cuando se esforzara ingenuamente por hacerlo.
—¿Abogado? —exclamó ella, que había apurado el paso hasta alcanzarlo, portando un manojo de papeles en su mano.
Duarte hizo una expresiva pero inaudible mueca de fastidio antes de detenerse y mostrarle a ella su mejor cara.
—¡Hey! —soltó a modo de saludo. No recordaba su nombre—. ¿Cómo le va? —dijo con fingida amabilidad mientras echaba un vistazo a su celular, para disimular su asombro.
—Vengo del tribunal —empezó a decir ella con un ligero tono de angustia— y me entregaron estos papeles, pero usted no me informó de nada.
El abogado arqueó las cejas y tomó las hojas. Lo primero era verificar el nombre.
—Bueno —decía mientras trataba de leer rápido para entender de qué carajos estaba hablando esa vieja—, usted ya sabe, señora… Julia —y recordó: una tercería de posesión. Levantó otra vez la mirada—. No hay necesidad de molestarla con trámites que no va a entender.
—Pero es la sentencia —contrapuso la anciana—, el caso se resolvió la semana pasada.
—Sí, es verdad —reconoció el abogado, sintiendo una ligera opresión en el pecho y centrándose en la última página, siempre con fingida indiferencia. En efecto, la sentencia había sido pronunciada la semana anterior, y en su parte resolutiva el tribunal rechazaba todas las pretensiones de su cliente—. Pero tiene que entender que un juicio no se resuelve con una sentencia de primera instancia —adujo sintiendo un ligero—; hay recursos, señora Julia, acciones de reclamo que se pueden interponer en contra de esta sentencia, y que yo mismo he estado analizando con todo cuidado estos últimos días.
La mujer, a su vez, mantenía las cejas taciturnas, con un talante que llamaría a la compasión de cualquier persona que no fuera Inocencio Duarte.
—¿Y qué va a pasar con las muebles de mi casa? —preguntó luego de una pausa—. Usted me dijo que no podían embargarme por las deudas de mi hijo.
—Eso fue lo que dije —contestó Duarte mientras seguía recibiendo de ella pistas del caso: aquel vago de mierda se dedicó a coleccionar tarjetas de crédito de casas comerciales mientras estaba en la universidad, pero como no tenía dónde caerse muerto registró como domicilio el de sus padres, mismo lugar donde notificaron la demanda por sus deudas impagas; el abogado trató de zafar del embargo a través de una tercería de posesión, donde debía probar que los bienes de aquella casa eran del uso ordinario de los padres y no del idiota que tenían por hijo. Esta clase de juicios es muy común cuando se trata de cobro de deudas, y los abogados, en general, suelen manejar un gran número de ellos al mismo tiempo; el problema era que no representaban grandes dividendos, ni aun en caso de ganarlos, y, lo peor de todo, resultaban increíblemente burocráticos y tediosos, pero tratándose de alguien tan presuntuoso como Duarte, siempre eran una buena fuente de recursos.
—Entonces, ¿qué? —inquirió  expectante la mujer, ante el silencio desvergonzado del abogado—. ¿Va a presentar un reclamo?
—Se llama recurso de apelación —aclaró Duarte mientras echaba otro vistazo a los papeles, luego de recordar algo que le inquietó; al cabo de un segundo sus sospechas se confirmaron, su mirada se descompuso pero disimuló rápido—. ¿Tiene dinero para pagar la segunda instancia? —preguntó a continuación.
Julia Rojas cruzó las manos con desazón. Duarte percibió la debilidad y la aprovechó como un animal sobre la presa herida. Primero le lanzó una sutil mirada de recriminación y luego tornó a una actitud compasiva.
—Esto es lo que va a pasar, señora Julia —comenzó a decir el letrado como si hubiera tomado una decisión—; lo he visto cientos de veces y he presenciado cómo abogados sin escrúpulos no se cansan de desangrar a sus clientes prometiéndoles lo que no pueden conseguir. —Dobló los papeles en dos y se los devolvió—. Este juicio se perdió por falta de pruebas, ¿lo recuerda? —Julia Rojas mostró una confusión evidente—. Usted me dijo que no tenía las facturas de los muebles…
—Le dije que las tenía —precisó ella— pero se borraron.
—Eran papeles en blanco. No tienen valor probatorio.
—Pero usted presentó testigos; a mi vecina y mis dos amigos.
—Y la presentación no se puede objetar, señora Julia. Sus testigos dijeron todo lo que les dije y lo hicieron bien. El problema es que el tribunal estimó la prueba como insuficiente; pasa de vez en cuando y nos pasó a nosotros. Ahora…
—Pero no puedo perder mis muebles —dijo la mujer al borde de la desesperación—. Son todo lo que tengo.
—No es tan así, señora Julia —objetó Duarte aprovechando la ocasión—, y por lo mismo le recomiendo no apelar.
Julia Rojas no entendía un carajo. Duarte se apresuró a quitarse esa mirada de encima.
—Son muebles, señora Julia —quiso tranquilizarla—. Las cosas materiales van y vienen; a lo más está sacrificando un valor sentimental, pero créame que lo va a superar; preocúpese más por ese pendejo que tiene por hijo en la universidad y recuerde que aún tiene un lugar donde vivir. Su casa y su salud —añadió como el mejor charlatán— son sus mejores posesiones y debe dar gracias a Dios por eso.
Julia Rojas bajó la mirada, triste al darse cuenta de que tendría que empezar a resignarse.
—Entonces —dijo ella a continuación—, ¿no va a apelar?
—Es mi opinión profesional —expresó Duarte. Miró su reloj a continuación, un poco impaciente, luego a Julia Rojas que seguía en un estado de sopor—. Dígame usted, si yo fuera un abogado sin conciencia social, no tendría ningún problema en hacerle firmar una letra de pago y endeudarla de nuevo, con lo que costó que me pagara la primera. Usted y su hijo quedarían peor que antes, porque, y esto se lo digo aquí y ahora: no va a ganar ese recurso de apelación. Se lo digo por experiencia, no va a ganar —recalcó.
En ese preciso instante el abogado Franco Mackenna pasaba por allí luego de salir de tribunales. No vio a Duarte pero éste sí lo vio y se apresuró a deshacerse de la anciana inútil.
—Olvide esa apelación, señora Julia —le dijo mientras se alejaba con una gran sonrisa falsa que contrastaba con el rostro perplejo de su cliente—. ¡Hey, Franco! —se acercó saludando a su colega. Éste se sorprendió un poco con aquella aparición.
—¿Duarte? —dijo sin detenerse—. ¿Qué haces aquí?
—Tengo que salir a la luz de vez en cuando —respondió mirando con sospechosa cautela a su alrededor y acomodándose los anteojos de sol.
—Tuvo que ser algo importante.
—Falsa alarma —reconoció Duarte con una mueca de molestia—. ¿Tienes cuarenta que me prestes? —soltó de improviso—. Es para el receptor judicial.
—Te conozco mucho mejor que esa mujer —le espetó Franco refiriéndose a aquella anciana que se alejaba cabizbaja en sentido contrario—. ¿Escuché bien o le dijiste que se olvidara de apelar? ¿Desde cuándo rechazas cobrar una audiencia?
—Perdió todos los muebles en la tercería de posesión —dijo Duarte displicente—. Ni siquiera tiene cómo pagarme.
Suspiró de mala gana y siguió caminando en silencio. Franco le dio una mirada fugaz y lo comprendió todo.
—Y se te pasó el…

—Y se me pasó el plazo para apelar —reconoció Duarte mientras Franco movía la cabeza en señal de reproche.
FiN

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Dónde Está Rubén Cruzat (Relato Policial)

¿DÓNDE ESTÁ RUBÉN CRUZAT? Parte 1 El autobús había volcado de costado y se encontraba a unos doscientos metros fuera de la carr...