—¿Pueden por favor los abogados
acercarse al estrado? —solicitó el juez Opazo haciendo una seña mientras
revisaba los antecedentes que tenía a la vista.
Inocencio Duarte y Carlo Viale
se ubicaron al frente del gran mesón, cada uno con su respectiva carpeta. Se
miraron con recelo.
—Es una demanda por medio millón
de dólares —comentó el juez Opazo con la vista en los antecedentes que tenía a
mano.
—Incluye daño moral, su señoría
—se apresuró a aclarar el abogado Duarte.
—Los daños que sufrió la
demandante fueron cubiertos en forma íntegra por la aseguradora —repuso el
abogado Viale con seguridad—. La empresa siempre estuvo a la altura de la ley.
El abogado Duarte sacó con
presteza unos papeles de su carpeta que dejó a disposición del juez.
—En el informe del médico
psicólogo —dio a conocer— es posible confirmar un estado de angustia emocional y
depresión severos —Y sacó más papeles que dejó en el mesón—. Esta es la lista
de remedios con su respectiva receta.
—¿Cuál es su argumentación,
abogado? —le preguntó el juez Opazo.
—Es una escalera antigua en un
edificio antiguo —replicó de inmediato el abogado Duarte—. La caída de mi
cliente era previsible en esas condiciones y la empresa no hizo nada por
evitarlo. Puede que el daño físico esté cubierto, pero se niegan a responder
por el daño moral que le provocó a mi cliente y por el cual exigimos que se le
indemnice.
—A lo más fue una caída fortuita
—contrapuso el abogado Viale—. No tuvo nada que ver el estado de la escalera.
—Una escalera que no se ajusta a
los requerimientos legales. Es de mármol y altamente resbaladiza.
—Se mantiene limpia y seca todos
los días.
—La ley exige el uso de
antideslizantes que la escalera no tenía. —El abogado Duarte sacó más hojas de
su carpeta con algunas fotografías adosadas y las dejó sobre el mesón. El juez
Opazo les echó un vistazo de mala gana.
—¿La escalera tiene
antideslizantes? —inquirió este al abogado Viale.
—Es antideslizante en sí, para
ser más precisos, su señoría.
—El abogado de la empresa miente
—acusó con descaro Inocencio Duarte.
—Quiero disculparme, su señoría
—dijo el abogado Viale un poco hastiado—, por hacerle perder el tiempo en este
asunto que no tiene ni siquiera un poco de seriedad —Sacó unos papeles y los
puso sobre el mesón—. Obviamente mi colega no se dio el trabajo necesario para
respaldar con más detalle sus pretensiones.
—¿De qué está hablando? —soltó el abogado Duarte con una sonrisa
desconfiada y frunciendo las cejas—. Es una escalera altamente peligrosa y se puede
comprobar a simple vista en las fotografías.
El abogado Viale lo miró y
decidió mandarlo al diablo en ese preciso instante.
—Entones dígame cuál es el
coeficiente de fricción de la escalera.
—¿Perdón?
—Si usted dice que la escalera
necesita antideslizante es porque su coeficiente de fricción es por lo menos
riesgoso.
—¿Coeficiente de fricción?
—intervino el juez Opazo.
—Es la fuerza necesaria para que
dos cuerpos en contacto se deslicen en direcciones opuestas —aclaró el abogado
Viale—. Mientras menos fuerza se necesite, más riesgosa es la superficie. La
ley exige usar antideslizantes cuando el nivel de fricción para pisos mojados
es igual o menor a 0,5. —Volvió con el abogado Duarte, cuyo rostro confundido
revelaba ignorancia supina del tema—. Le pregunto ahora, ¿cuál es el
coeficiente de fricción de la escalera?
Atrapado en esa inopia desagradable,
el aludido no respondió. Se preguntaba si su contrincante estaba al tanto de
aquello en la reunión previa que habían sostenido el día anterior, aunque tratándose
de un abogado corporativo lo más probable era que no, pues uno de sus deberes
era precisamente alejar a la empresa de los conflictos judiciales, a diferencia
de un abogado particular como él, que podía facturar más si lograba hacer
avanzar la demanda. El juez Opazo sintió que sus sospechas se habían confirmado
y lanzó una mirada severa al abogado Duarte, que maldijo para sus adentros y oprimió
los labios con fuerza. El abogado Viale, por su parte, lo miró también con cierto
aire despectivo y luego se dirigió al magistrado:
—Su señoría, el departamento de
prevención de riesgos de nuestra empresa mantiene un control estricto de
nuestras instalaciones —Señaló las hojas que acababa de entregarle—. En ese
informe se confirma que el coeficiente de fricción de la escalera es de 0,6, lo
que significa que no necesita instalación de antideslizantes.
—¿Presentó usted algún documento
que refute este informe, abogado? —preguntó el juez Opazo al abogado Duarte,
que empezaba a acalorarse con rapidez, sintiendo que el barco se hundía sin
remedio y que había llegado el momento de buscar una salida digna, mientras su
cliente no paraba de moverse incómoda por la picazón del yeso, sin entender un
carajo de lo que se hablaba en la sala.
—Estoy dispuesto a llegar a un
acuerdo —balbuceó el abogado demandante a modo de respuesta, acudiendo a la
estrategia clásica del que se ve contra las cuerdas.
—No puede haber acuerdo si no
hay controversia —dijo de inmediato el abogado Viale—. El daño físico fue
cubierto por el seguro y no se cuestionaron las medidas de seguridad de la empresa,
y no habiendo tampoco perjuicio reprochable, no hay ninguna obligación de
reparar ese pretendido daño moral.
—Pero hay cuentas por pagar;
remedios, el médico…
—Tome asiento, Viale —dispuso tajante
el juez Opazo. El abogado de la empresa asintió y caminó a un escritorio cercano.
A continuación, el magistrado le hizo una seña al abogado Duarte y éste se inclinó
sobre el mesón hasta que ambos estuvieron lo suficientemente cerca para que
nadie los escuchara.
—Estoy harto de sus casos de
mierda, abogado —le espetó el juez sin ninguna consideración—. Si espera dar un
golpe aquí, por qué no mejor se lo da en la cabeza y termina de hacerme perder
el tiempo.
—Su señoría… —esbozó el letrado
con una sonrisa lastimera, pero fue interrumpido de inmediato.
—Escúcheme bien, mediocre —le advirtió
el juez entre dientes—, a la próxima que vuelva por mi tribunal rondando como
un buitre, me voy a encargar personalmente de ponerlo en evidencia ante todo el
tribunal y la Corte de Apelaciones como el abogaducho que es, ¿le quedó claro,
mercachifle del carajo?
El abogado Duarte se quedó
mirándolo por un instante, con la boca semiabierta, como si le costara procesar
la humillación de que estaba siendo objeto. Cuando lo comprendió por fin,
respiró hondo, asintió con vergüenza, tomó sus papeles y se largó de la sala
sin siquiera despedirse. No quería evidenciar con aquello que su comportamiento
hubiese experimentado alguna especie de redención; también sabía que no era esa
la intención del juez al confrontarlo. Simplemente tendría cuidado de no volver
a cruzarse con él en una próxima oportunidad.
Su cliente, en tanto, aún en la
silla de ruedas, seguía sin entender qué estaba pasando.
FIN
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